Sin creer en casualidades,
con dos tazas de café
me siento en una mesa
para tres.
No espero a nadie
y Nadie espera
que aparezcas.
Miles de miradas
cruzan en unos segundos
las calles deshabitadas
de los iris de mis ojos,
y aquella se detuvo
en la veta más oscura;
en un callejón sin salida
que termina en los tuyos.
No sé qué tenía,
pero predecía el futuro
y vio, en silencio,
un (re)encuentro,
a diez centímetros
de su cuerpo.
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