miércoles, 16 de septiembre de 2015

Galernas.


El otoño había llegado más gris y frío que otros años, esto es algo que habría agradecido en otra ocasión, pero esta vez no. Se había adelantado unas semanas y venía acompañado, mientras que ella llegaba con retraso a su encuentro solo con lo puesto, una sonrisa cargada de recuerdos tristes, que le parecían más lejanos de lo que a ella le hubiera gustado sentir.
El mundo corría bajo las últimas lluvias del mes de agosto, pero ella los ignoraba mientras se fundía con la humedad que encrespaba su melena y caminaba sin rumbo, hacia el mar, el suyo propio. La galerna de aquel día podía sentirse desde cualquier rincón de la ciudad, de cada persona o de su alma.

Las olas rompían dentro de su escarpado corazón a cada paso que daba. El aire impulsaba el agua salada por sus venas para así soportar la furia del temporal. La lluvia, mientras tanto, caía cada vez con más fuerza, resonando sobre su piel, sobre su mar embravecido.

Sentía cómo se iba adentrando en la galerna y sabía que aquel mar del norte no la iba a soltar jamás. Se dejaba atrapar, arrastrar y ahogar. Cada segundo que pasaba bajo el agua se asfixiaba y al mismo tiempo se sentía libre, ligera. 

Ella se había convertido en aquella galerna que azotaba la costa, era mar y era tormenta. Era libre.