Volvían las
nubes
con lluvia
a empapar
los cristales
desnuda
recostada
sobre la cama
me daba la
espalda
elegante e
inocente
y nada -me-
importaba,
tan solo
ella.
Las sábanas
recortaban
su figura,
suave y
regia,
cálida,
majestuosa
Mis dedos indecisos
se dejaron
llevar por su cintura,
tranquilos,
mis labios
buscaron aquel sabor salado
que
traía consigo
ese que nunca
permitía
que perdiera
el norte,
pues ella
es mi norte.